Salimos
de Barra Grande el miércoles 7 de septiembre (día de la independencia de
Brasil), primero en lancha hacia Camamú y de allí en bus hasta Nilho Pesanha
(donde debíamos coger otro y luego una lancha). El problema es que al ser día
festivo los buses pasaban con menos frecuencia, y cuando llegamos a Nilo, el
bus ya había pasado y el siguiente era como 6 horas después… Lo bueno del
cuento, es que al llegar a ese pueblo, donde no había NADA, unos señores que
estaban tomando cerveza debajo de una palmera con la música de un carro
absolutamente desbaratado se ofrecieron a llevarnos por 30 reales (en ese mismo
carro).
Nuestro
conductor (solo íbamos los tres porque con las mochilas no cabía nada más) fácilmente
tenía 60 años, se llamaba ñeñe, no tenía dientes y no nos entendía nada, pero
eso sí, no dejaba de hablar y de sonreírnos, incluso cuando tuvo que parar para
“entrar al baño” en medio del camino por el que íbamos, todo lleno de huecos. Encantador,
incluso se preocupo de dejarnos montados en la lancha en Torrinhos (donde nos
tocó alquilarla sólo para nosotros porque en ese caserío –una calle con ocho
casas que daba a un pequeño puerto- no había más turistas).
Finalmente
llegamos a Boipeba a las 2 de la tarde, una isla súper tranquila, donde la
música de los bares y tiendas sólo puede sonar hasta las 10 de la noche máximo.
Llegamos buscando un hostal, e increíblemente, caminado por la playa, nos
encontramos con Paloma y Álvaro, que estaban durmiendo en Morro de Sao Paulo
pero que estaban haciendo un tour por la isla justo ese día y a esa hora!.
Después de escoger dónde dormir (una pequeña pousada donde tuvimos la “suerte”
de ver un sapo asqueroso pegado en nuestra puerta y donde a las 5 a.m. cantaba
un gallo en nuestra oreja), estuvimos un rato con ellos y quedamos de vernos el
fin de semana en Morro.
La
isla de Boipeba es famosa por ser rústica y estar poco construida. Tiene playas
súper extensas de arena blanca, un mar súper claro y una olitas muy divertidas.
Dicen que el 60% de la isla la ha comprado un italiano, pero que lo alquila
todo con la intensión de mantener el mismo ambiente tranquilo y preservar la
naturaleza. El pueblo es viejo, poco conservado y muuuuy pequeño y aunque tiene
lo básico para sobrevivir (incluido un mini bar para tomar caipirinhas), para
nuestro gusto le falta algún restaurantito más arreglado, alguna terracita más,
pousadas más bonitas y algo más de gracia. Está bien para pasar dos o tres días
pero el plan es más bien sólo sus preciosas playas. Puede que te falte algo
para la tarde -noche.
Allí
estuvimos dos noches, de nuevo, paseando y descansando. El segundo día hicimos
una excursión en barco donde nos llevaban a unas piscinas naturales para hacer
snorkel y aunque no se veía mucho, era especial estar en mitad del mar como a
un kilómetro de la costa y que el agua te llegara por la cintura. El siguiente
destino del barquito fue el pueblo de Moreré, todavía más pequeño que Boipeba
aunque en la misma isla. Moreré es una pequeña aldea de pescadores donde hay
una cuantas posadas y playas muy guapas. Allí nos dimos un paseíto y unos
bañitos hasta llegar a la playa de Bainema, la playa más famosa y una de las
más bonitas del este de Brasil según no sé qué revista, donde vimos mil
cangrejos y extrañamente algunas tortugas gigantes muertas.
Al
día siguiente por la mañana antes de irnos a Morro, fuimos a las playas de
cerca del pueblo de Boipeba hasta llegar a otra de las súper playas de Brasil,
bordeada por miles de palmeras todas del mismo tamaño y perfectamente alineadas,
parecían artificiales. El paseo es como de una hora ida y otra vuelta pero es
muy recomendable para los que tengáis la oportunidad de ir. Nos encantó.
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